12 mar 2013

Házmelo bonito.


El otro día una amiga estaba escribiendo un artículo para un ejercicio de la universidad.
Me dijo que le diera algún consejo sobre el tamaño de la tipografía, espaciado, etc. Pero lo que a ella realmente le preocupaba era la cabecera del artículo: el nombre, asignatura, fecha y los títulos del artículo. Evidentemente a ella le trajo sin cuidado el interlineado, la tipografía y la configuración de la justificación. Quería que me explayara en la sección de la cabecera:
– Házmelo BONITO. – Amiga.
– Te lo voy a COLOCAR. – Yo mismo.
y aquí es donde defraudo a mi amiga que esperaba que sacara las drogas para llamar a la inspiración y le coloco la información.

Mientras mi amiga intenta quitarse la cara de retortijón de estómago al ver lo que hago, otra amiga que estaba al lado, recién licenciada en publicidad y relaciones públicas se acerca para arreglar el destrozo que acabo de hacer. Pude ver en directo la habilidades de las que disponen los publicistas para hacer de la entrada de un artículo una remodelación del mismisimo techo de la capilla sixtina, el proceso que me podría llevar a la gloria como el artísta que no soy y no pretendo ser: entrecerrar los ojos y golpear las flechas del teclado como pinceladas definitivas en ese lienzo magnífico: Microsoft Word.
Ya con mis ojos ensangrentados: – Joel tío tantos años haciendo arte en la uni no se te nota eh!. Amo a mis amigos.

Fenómeno Word.

Como llevo tantos años estudiando arte (estudio diseño gráfico y podríamos discutir si el arte se puede estudiar. Digo arte y no historia del arte que esta evidentemente si que se puede estudiar) se supone que es un ejercicio que debería resolver fácilmente y para gusto de todos. Aún así un trabajo siempre es juzgado bajo una subjetividad que da repelús. Soy un pinta monas y sino pinto monas es porque aspiro a ser un moderno muerto de hambre y el ejercicio de mi profesión solo es correcto si así lo decide la peluquera que hizo un curso de esteticien al que decidieron llamar curso de estética (?¿!?!?¿!). Quién cojones dijo que el cliente tiene siempre la razón?.
Por lo tanto, entonces, el problema no es la utilización de Word para en este caso maquetar un texto (aunque sea un programa tosco de cojones para hacer tal cosa) sino la persona que utiliza la herramienta: la peluquera o el diseñador.

Un claro ejemplo de esto que intento explicar es el proyecto de Casa Mariol del estudio Bendita Gloria que tomando esta apariencia de composición de elementos que vienen predefinidos y bastante limitados por un programa como Word se consiguen los objetivos de identidad de una marca de vinos. Es decir, que la identidad funciona y por lo tanto es buena más allá de que a alguien le pueda ofender más o menos visualmente. Y esto me atrevo a decir que viene dado por una experiencia, bagaje y conocimiento visual de los diseñadores de Bendita Gloria tal que el hecho de utilizar una herramienta u otra es totalmente un aspecto secundario a la hora de afrontar el proyecto.
Puede que si que les picara el gusanillo de utilizar algo generalmente concebido como inaceptable como es utilizar microsoft word para un proyecto de este tipo pero siempre bajo unas necesidades y objetivos claros.

Arte y diseño.

Este conflicto, es una discusión bastante común al menos en el mundo en que nos movemos estudiantes y profesionales desde el primer momento en que nos planteamos esta profesión. Y es una discusión que solo se plantea gente de la profesión porque creo que el resto de personas hace tiempo que decidieron meterlo todo en el mismo pack (pa qué nos vamos a complicar la vida). Si tuviera que indicar un punto de inflexión creo que debería señalarse con el dedo el día en que el ordenador personal y David Carson hasta las cejas de la teoría deconstructivista de Derrida y su entendimiento del lenguaje escrito se conocieron. De alguna manera los diseñadores de la época se olvidaron de las necesidades y objetivos del proyecto y se dedicaron a jugar con la expresión visual de un mensaje pasando estos objetivos a un segundo plano, es decir ,que para ellos era más interesante trabajar cómo se transmitía el mensaje en lugar de si el mensaje se transmitía de la manera más directa y fácil posible amparados por un filósofo como Derrida: otro que tal bailó pues quizás tampoco tubo muy en cuenta que se pudiera entender su mensaje y se puso a jugar con él.
De alguna manera, si el trabajo de los diseñadores como Carson no es arte su profesión quizás roza la frontera entre arte y diseño (diseño gráfico o comunicación visual). Aunque su actitud es más propia de un artista visual que de un comunicador visual ya que su objetivo es parecido al del artista (si pudiéramos decir que un artista tiene un objetivo concreto) que da forma a un mensaje poético, como dice Umberto Eco, o ambiguo, donde el resultado es el proceso de su propia elaboración, o en palabras de Hegel: "Tal es el sistema que toma la máxima del arte por el arte."

Desde mi punto de vista tomar como punto de partida el entendimiento de Eco sobre el mensaje comunicativo y el mensaje poético puede ayudar bastante a iniciar una discusión sobre la diferencia entre diseño gráfico y arte. En oposición al mensaje poético que he comentado antes el mensaje comunicativo se caracteriza porque: "En la medida en que el autor exige que el mensaje sea descodificado para conseguir un significado unívoco y preciso...introducirá en el mismo elementos de refuerzo, de reiteración…"(Umberto Eco) y a la hora de presentar un artículo a la universidad ponerse a jugar con la información con los ojos entrecerrados me parece absurdo. Pollock podía entrecerrar los ojos si le salía de los botes de pintura. La persona que escribe un artículo, es decir, que compone una caja de texto considerable para ser leída que se olvide de brochas y musas.

Finalmente la comunicación es siempre un medio hacia un fin, se trabaja desde un punto de vista más práctico, y en esto podría coincidir hasta un publicista y un diseñador gráfico pero no podemos entender el arte de la misma forma: “...considerado desde el punto de vista estético, el objeto no es nunca un medio hacia un fin, sino siempre un fin en si mismo.” (Friedrich Keinz).



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