18 mar 2012

DISEÑO: ÉXITO Y HUMILDAD

El Diseño
¿Qué es el diseño? Resulta una pregunta aparentemente fácil de resolver, de no ser por la cantidad de diferentes respuestas válidas y perfectamente argumentadas que se han formulado a lo largo del tiempo. Sin embargo, entre todas ellas destaca una en concreto: “El diseño nos hace pensar en los problemas y buscar soluciones con nuestras propias ideas” (Michael, 10 años). Sorprende como un niño de esa edad puede llegar a la respuesta más común –y según mi punto de vista, la más acertada- entre los diseñadores más experimentados.

Cualquier encargo, tanto profesional como personal, requiere establecer una serie de conclusiones que tienen un objetivo final resolver un problema. Un claro ejemplo es la aparición de los teléfonos móviles. Surgen de un problema evidente que era la imposibilidad de comunicación instantánea de las personas. Este problema, una vez detectado, se convierte en un proyecto en el cual se comienzan a analizar y valorar distintos factores (tecnología, forma, materiales, usabilidad, etc.) que dan lugar a distintas resoluciones, o lo que es lo mismo, distintos diseños. Estos pueden ser más o menos acertados dependiendo de como resuelven el problema, pero el objetivo final siempre es el mismo.

Sin embargo, como hemos podido ver durante los últimos años, estos aparatos han evolucionado muy rápidamente cambiando de forma, materiales o tecnología. ¿Acaso no se ha conseguido esa rápida comunicación entre las personas? Es evidente que hace años que se logró, pero en todo este guirigay nos hemos olvidado de algo muy importante e influyente en el diseño, para bien o para mal: La sociedad de consumo. Su motor principal es el comercio a través de la industria. Esta no se centra en resolver problemas, sino en crear nuevas necesidades para que el flujo de venta no decaiga. En el caso de los móviles, estas necesidades van desde el reloj o la alarma integrada hasta el acceso a internet y todo lo que esto conlleva.

Móvil antiguo
Móvil actual













Para crear estas necesidades, la industria recurre al diseño siendo consciente de la capacidad de este de analizar a la sociedad detectando las inquietudes de las personas y de como dar respuesta a ellas. Podríamos decir entonces, que el diseño resuelve los problemas de la industria creando nuevas necesidades.

Sin embargo, la venta no solo depende del objeto en sí sino que también es importante la manera de enfocarlo al público, la estrategia de venta. En este ámbito los diseñadores también cobran gran importancia, diseñando campañas de todo tipo y siendo capaces de transmitir las principales cualidades del objeto y las necesidades que este va a cubrir.

Muchas veces se utiliza como estrategia de venta la misma figura del diseñador. Así, la industria crea una especie de convenio con este por el cual el diseñador se ve beneficiado en el sentido de que se le da una repercusión a su nombre alzándolo profesionalmente, mientras que la primera consigue colocar la etiqueta “de diseño” al objeto dándole, así un valor añadido. A primera instancia esto podría resultar idílico, pero según mi punto de vista es algo destructivo tanto para el diseñador, como para el mundo del diseño en general.

El Éxito
Según el diccionario de la real academia española, el éxito tiene dos definiciones:
-Resultado feliz de un negocio o actuación
-Buena aceptación que tiene alguien o algo
En el diseño estas definiciones se pueden aplicar, por tanto, al objeto o al diseñador.

El primero, un objeto exitoso, se traduce por lo que conocemos como buen diseño, pero ¿En qué nos basamos para definir el buen diseño? Esta es otra de las preguntas comúnmente formuladas a lo largo de la historia. La respuesta, habitualmente, ha estado condicionada por el binomio funcionalidad-estética, siendo destacada la primera, la segunda o bien el equilibrio entre ambas. No obstante, todavía hoy en día, creo que son muy pocos los que se atreven a decantarse rotundamente por alguna de ellas. Y es que se podría decir que depende de muchos factores (tipo de proyecto, usuario, mercado, etc).

Si pensamos en algún ejemplo nos será más fácil entenderlo. En una herramienta como puede ser un martillo parece claro que lo que ha de primar es la funcionalidad. Los materiales han de ser de calidad para evitar que se rompa, ha de estar bien ensamblado y el equilibrio de pesos debe estar compensado. No tiene porqué dejarse la parte estética de lado, pero ha de regirse y adaptarse a la parte funcional. Sin embargo, un jarrón parece decantarse por todo lo contrario. Su funcionalidad, al ser tan básica y fácil de resolver (contener agua para poner flores), pasa a un segundo plano dando protagonismo a la forma del objeto y convirtiéndolo en un elemento decorativo de la casa.

Martillo común
Jarrón de Alvar Alto













Así pues, para conseguir un buen diseño, parece evidente que se deberá tener en cuenta antes bien la funcionalidad o bien la estética dependiendo del tipo de objeto. Sin embargo, no es tan sencillo ya que depende a quien se lo preguntes. Cada persona exige una cosa distinta a cada objeto dependiendo de sus necesidades ya sean personales o profesionales. Por ejemplo, Fernanado Amat, director de la tienda Vinçon de Barcelona, en varias entrevistas menciona que para que algo se considere buen diseño tiene que “aguantar” en su tienda 30 años. Bueno, es evidente, él es vendedor y si un producto aguanta 30 años en su tienda es porque todos los años consigue sacar un determinado número de piezas y, por tanto, ayuda a que su negocio vaya bien. Mientras que si se lo pregunto a mi abuelo, felizmente jubilado y devorador de libros, me pone como ejemplo de buen diseño el sillón de su salón porque “no me he sentado en ningún otro sillón que me coja tan bien los riñones”.

Se podría llegar a pensar que la opinión de Fernando Amat es más válida que la de mi abuelo. Al fin y al cabo es una persona que lleva muchos años lidiando con objetos “de diseño”, vendiéndolos y comprándolos. Pero, ¿acaso mi abuelo no se ha sentado en más sillones que el señor Amat debido, simplemente a su mayor edad? ¿No es entonces un experto en sillones? Como menciona Terrance Conran en su libro Diseño “Los objetos tienen una relación divertida con el humano, experto en ellos por pura experiencia vital”

Si consideramos, entonces, que la opinión de cualquier persona por “pura experiencia vital” es válida, los buenos diseños o diseños de éxito, deberán valorarse teniendo en cuenta una amplio espectro de opiniones. Si se argumentan, todas serán válidas y en el momento en el que una amplia mayoría consideren ese objeto como un buen diseño, se le deberá reconocer como tal.

Sin embargo, a lo largo de mis pocos años en el mundo del diseño he podido observar como la gente tiende a basarse en una primera impresión para llegar a calificar algo como bueno o malo, especialmente en los círculos del diseño. Y es que, los diseñadores solemos creernos más expertos en objetos que el resto del mundo y parece ser que para demostrarlo tenemos que ser capaces de dar una opinión rápida y tajante. Pero haciendo esto no hacemos más que tirarnos piedras sobre nuestro propio tejado ya que no consideramos muchos aspectos del diseño, por no decir ninguno. Parece que valoramos más la estrategia de márquetin o de puesta en escena que el diseño en sí. ¿Cuántas veces algo que a primera vista nos ha parecido feo nos ha llegado a encantar tras probarlo u observarlo con mayor detenimiento? Solemos ser nosotros los que le damos demasiada importancia a la estética sin llegar a considerar la funcionalidad y sin tener en cuenta la común expresión “para gustos, los colores”.

Persona normal y diseñador comprobando si una silla es buena

No obstante, no debemos obviar que en el mundo real las opiniones de ciertos diseñadores son tomadas en gran consideración por ser considerados profesionales de éxito. Realmente son gente muy experimentada y que lleva muchos años diseñando y sobretodo observando objetos, pero son solo unos pocos dentro de esta profesión. Sin embargo, ¿por qué su opinión cuanta tanto? O ¿qué es lo que hace que se les considere a ellos diseñadores de éxito?

Para contestar a estas preguntas se ha de tener en cuanta un aspecto importante. El éxito de una persona, en el mundo actual es un negocio, tanto para la persona en sí como para la empresa para la que trabaja. El éxito es repercusión y por tanto más posibilidades de que el público se entere de que has sacado una nueva silla o has hecho una nueva ilustración y eso supone más posibles compradores.

Cuando el dinero y el interés entra en algún ámbito se debe tener cuidado a la hora de valorar las cosas porque se olvida el objetivo final del diseño (que recuerdo que es solucionar problemas) en detrimento de el objetivo de las sociedad de consumo (generar necesidades). Un ejemplo que me gusta poner para entender esto es el de Phillippe Stark, muchas veces considerado uno de los diseñadores referencia por ser “provocador”. Pero si observamos y probamos algunos de sus diseños como la silla Dr. Glob nos damos cuenta de que resulta incómoda y que, incluso nos podemos llegar a hacer daño con los afilados cantos de los reposabrazos. Entonces ¿No está acaso generando problemas, más que solucionándolos? Si es así ¿Por qué se le considera un buen diseñador? Yo diría que es más bien un buen hombre de negocios, que es capaz de gestionar el éxito de una manera tan sublime que puede llegar a conseguir que una silla incómoda sea un éxito de ventas.

Silla Dr. Glob de Phillipe Stark

Sin embargo, el hecho de que se le considere “un gran diseñador” o “un diseñador referente” hace mucho daño a la profesión. Se desvirtúa y la hace incomprensible al público en general llegando a ponerla en una situación que roza los límites de la necesidad. Debemos recordar que “Diseñar no es el poder abstracto ejercido por un genio.” (W.R. Lethaby), sino que es la habilidad tangible, comprobable y necesaria ejercida por un profesional.

Lamentablemente, la figura del diseñador-empresario o diseñador de éxito es cada vez más frecuente hoy en día. Profesionales que aprovechan la repercusión de proyectos realizados en su estudio (junto con otras personas) en beneficio propio, adjudicándose la autoría única. Esto, en principio, podría parecer lógico puesto que, al fin y al cabo ejercen la figura de líder y de director de proyecto determinando cómo se ha de realizar el trabajo. Pero ¿no hemos aprendido que en el diseño se consiguen mejores resultados si todas las tareas se someten a debate dentro del grupo? Si es así ¿Por qué el que se dedica a realizar las gestiones del diseño es el que se lleva el mérito? Está claro que es el que se arriesga, el que pone su dinero y su nombre pero ¿no es eso más bien un empresario? Parece ser que si se quiere conseguir el éxito en el diseño se debe dejar de diseñar, lo cual es una gran paradoja.

Desde mi punto de vista esta manera de funcionar en el mundo del diseño es un problema que nace desde las escuelas. Los planes de estudios están enfocados para formar diseñadores de éxito y no buenos diseñadores. Las asignaturas de oficio presentes en las escuelas clásicas (Bauhaus, Escuela de Ulm, etc.) han desaparecido en detrimento de una formación enfocada a la economía o el negocio. Pero ¿Por qué ha ocurrido esto? La explicación vuelve a estar en el dinero.

Las escuelas de diseño se han convertido, en los últimos años, en un gran negocio. Ha habido un gran aumento de la demanda de plazas en todas las ramas de esta profesión. Los centros formativos deben darse publicidad y qué mejor manera de hacerlo que aprovechando la repercusión de un diseñador de éxito formado en su centro. Es evidente que no todos los alumnos de una promoción pueden llegar a ser diseñadores de éxito, eso implicaría una cantidad de recursos que no sale a cuenta. Es más sencillo escoger a unos pocos alumnos, los que las escuelas consideran más talentosos, darles todas las facilidades y ofrecerles todos los medios para llegar a ser diseñadores de éxito. Así pues, me reafirmo: Los premios y reconocimientos estudiantiles están impulsados por y desde las escuelas con el único objetivo de obtener repercusión y  publicidad y así conseguir captar nuevos alumnos.



Ésto, lo único que genera es que los alumnos nos hayamos sentido utilizados haciéndonos creer que lo que hacemos es buen diseño cuando rara vez es así si comparamos los trabajos con los de las escuelas clásicas. Especialmente cuando este tinglado de intereses repercute en salir de la escuela con una formación muy deficiente en cuanto a diseño, como profesión, se refiere.

La Humildad
En el mundo del diseño muchas veces se ha dicho el comentario “lo ideal será cuando llegue el día en que no se diga que una cosa es de diseño”. Es decir que el diseño no venda sino que sea algo implícito en la venta. Y esto es algo curioso puesto que todo lo que nos rodea está diseñado. Esto significa que existen muchos diseñadores de oficio, preocupados por hacer las cosas bien, por solucionar problemas de verdad y totalmente alejados del éxito tal y como lo hemos entendido hasta ahora. Centrados en que el éxito se base en la correcta resolución de un proyecto.

Sinceramente creo que un buen diseño es anónimo. Desde el padre que es capaz de complacer a sus hijos haciéndoles una pequeña cabaña en el jardín hasta el tío que inventó las bridas. El hecho es que existen muchas cosas en este mundo que están muy bien hechas y la inmensa mayoría no llevan el nombre de una persona detrás, ya que seguramente no la ha hecho una sola persona. Debemos darnos cuenta que una idea no vale nada si no hay un grupo de personas detrás que, por sus diversas habilidades, consigan que se lleve a cabo.

Considero que, por el bien de nuestra profesión y de su imagen al público en general, debemos bebernos un buen trago de humildad. Centrémonos en hacer las cosas bien y dejémonos de hostias.